De los escritos de San Josemaria que hoy han llamado grandemente mi atención.
"Esfuérzate, si es preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha perdonado Dios a ti" (Camino 452)
¡Poder de la caridad! —Vuestra mutua flaqueza es también apoyo que os sostiene derechos en el cumplimiento del deber si vivís vuestra fraternidad bendita: como mutuamente se sostienen, apoyándose, los naipes. (Camino 462)
Más que en “dar”, la caridad está en “comprender”. —Por eso busca una excusa para tu prójimo —las hay siempre—, si tienes el deber de juzgar. (Camino 463)
Es verdad que fue pecador. —Pero no formes sobre él ese juicio inconmovible. —Ten entrañas de piedad, y no olvides que aún puede ser un Agustín, mientras tú no pasas de mediocre. (Camino 675)
Ese descorazonamiento que te producen tus faltas de generosidad, tus caídas, tus retrocesos —quizá sólo aparentes— te da la impresión muchas veces de que has roto algo de subido valor (tu santificación). No te apures: lleva a la vida sobrenatural el modo discreto que para resolver conflicto semejante emplean los niños sencillos. Han roto —por fragilidad, casi siempre— un objeto muy estimado por su padre. —Lo sienten, quizá lloran, pero van a consolar su pena con el dueño de la cosa inutilizada por su torpeza…, y el padre olvida el valor —aunque sea grande— del objeto destruido, y, lleno de ternura, no sólo perdona, sino que consuela y anima al chiquitín. —Aprende. (Camino 887)
Primero maltratas… Y, antes de que nadie reaccione, gritas: “ahora, ¡caridad entre todos!” —Si empezaras por lo segundo, no llegarías nunca a lo primero. (Surco 741)
¡Que el otro está lleno de defectos! Bien… Pero, además de que sólo en el Cielo están los perfectos, tú también arrastras los tuyos y, sin embargo, te soportan y, más aun, te estiman: porque te quieren con el amor que Jesucristo daba a los suyos, ¡qué bien cargados de miserias andaban! —¡Aprende! (Surco 758)
Te quejas de que no es comprensivo… —Yo tengo la certeza de que hace lo posible por entenderte. Pero tú, ¿cuándo te esforzarás un poquito por comprenderle? (Surco 759)
¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna. — ¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido. —Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si El no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú? (Surco 760)
Pena grande te produjo el comentario, bien poco cristiano, de aquella persona: “perdona a tus enemigos —te decía—: ¡no imaginas la rabia que les da!” —No te pudiste contener, y replicaste con paz: “no quiero baratear el amor con la humillación del prójimo. Perdono, porque amo, con hambre de imitar al Maestro”. (Surco 806)
¿Reprender?… Muchas veces es necesario. Pero enseñando a corregir el defecto. Nunca, por un desahogo de tu mal carácter. (Surco 822)
¿Te sientes depositario del bien y de la verdad absoluta y, por tanto, investido de un título personal o de un derecho a desarraigar el mal a toda costa? —Por ese camino no arreglarás nada: ¡sólo por Amor y con amor!, recordando que el Amor te ha perdonado y te perdona tanto. (Surco 824)
Ama a los buenos, porque aman a Cristo… —Y ama también a los que no le aman, porque tienen esa desgracia…, y especialmente porque El ama a unos y a otros. (Surco 825)
La gente de aquella tierra —tan apartada de Dios, tan desorientada— te ha recordado las palabras del Maestro: “andan como ovejas sin pastor”. —Y has sentido que a ti también se te llenan las entrañas de compasión…: decídete, desde el lugar que ocupas, a dar la vida en holocausto por todos. (Surco 826)
Son santos los que luchan hasta el final de su vida: los que siempre se saben levantar después de cada tropiezo, de cada caída, para proseguir valientemente el camino con humildad, con amor, con esperanza. (Forja 186)
En la vida del cristiano, “todo” tiene que ser para Dios: también las debilidades personales, ¡rectificadas!, que el Señor comprende y perdona. (Forja 201)
Si notas que no puedes, por el motivo que sea, dile, abandonándote en El: ¡Señor, confío en Ti, me abandono en Ti, pero ayuda mi debilidad! Y lleno de confianza, repítele: mírame, Jesús, soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo tuyo. Díselo…; y díselo muchas veces. —No tardarás en oír su voz: “ne timeas! — ¡no temas!; o también: “surge et ambula! — ¡levántate y anda! (Forja 287)