Un hombre que buscaba experiencias que le enseñaran a vivir
mejor. En cierta ocasión fue a una ciudad que era famosa por las grandes
lecciones de vida enseñadas por sus habitantes. Cuando llegó, le llamó la
atención una placa con una inscripción en letras muy grandes: “VISITE NUESTRO
CEMENTERIO Y APRENDA A VIVIR”.
Con curiosidad el hombre se dirigió al cementerio y, al
llegar empezó a mirar las tumbas. En una de ellas leyó:”Vivió cinco años, dos
meses y tres días”;en otra:”Vivió dos años, un mes, y un día”; y en otras decía
la placa:”Vivió tres años”. El hombre llego a la conclusión de que, en aquella
ciudad, todos vivían muy poco y morían todavía muy niños. Impresionado, se
sentó y se puso a llorar.
Se acercó a él una persona que cuidaba el cementerio y le
preguntó si había perdido algún familiar. Él respondió: No, a nadie de la
familia. Me ha impresionado ver a tantos niños muertos enterrados en este
cementerio.
La persona sonrió y dijo: Lo que pasa es que, cuando
un joven cumple los quince años de edad, recibe de sus padres un cuadernillo,
como éste que traigo colgado a mi cuello… Es una tradición entre mucha gente.
Desde ese momento cada vez que usted disfruta intensamente de algo bueno, abre
su cuadernillo y escribe a la izquierda lo que disfrutó, y a la derecha el tiempo que duro lo disfrutado.
Cuando alguien muere acostumbramos abrir el cuadernillo,
sumamos el tiempo disfrutado y lo grabamos en la piedra. Para nosotros ese es
el tiempo realmente vivido.
Fuente: "Para que mi familia se transforme" Pág. 21. Ediciones Dabar.
P.D. Pídele al Señor que te regale la gracia de aprender a vivir de verdad.