jueves, 28 de agosto de 2014

El Decálogo Orante.



1. "Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido". (Sermón 105).

2. "Tiene Él más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas Él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias". (Sermón 105).

3. "La oración que sale con toda pureza de lo intimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes". (Coment. sobre el Salmo 140).

4. "Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe". (Catena Aurea).

5. "Cuando nuestra oración no es escuchada, es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". (La ciudad de Dios, 20, 22).

6. "Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues Él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón". (Carta 130, a Proba).

7. "Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo". (Carta 130, a Proba).

8. "Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras." (Carta 121 a Proba).

9."Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas". (Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia).

10. "Si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)". (Carta 130, a Proba).

TITULO ORIGINAL "EL DECÁLOGO ORANTE (SAN AGUSTÍN)



lunes, 18 de agosto de 2014

Pregúntale al sufrimiento como son sus caminos



Al sufrimiento hay que darle un sentido. Sí, sólo quien da sentido al dolor puede tener paz; incluso en la Cruz.

¿Qué es el sufrimiento?

El sufrimiento es una de esas realidades en la vida del hombre en las que se prefiere no pensar. Como una ventana a la que tenemos miedo de asomarnos, pues desconocemos el paisaje con el que nos toparemos. Y es entonces cuando la pregunta asoma tercamente en nuestro interior: «¿Por qué sufrimos?».
Mismas circunstancias, diferentes resultados.
Me impresionó hace tiempo leer dos historias paralelas de la Segunda Guerra Mundial; dos caminos que, sin embargo, terminaban en metas diferentes: las de Ana Frank y Elie Wiesel.

Ambos sufrieron las atrocidades del odio nazi contra su raza; ambos estuvieron en un campo de exterminio; ambos vieron morir a familiares suyos. Y, sin embargo, Ana pasó los últimos años de su corta vida sonriéndole a ese mundo implacable que se cernía sobre ella y muchos se dieron cuenta cómo se preocupaba más de los demás que de ella misma: «La describieron como calva, demacrada y temblorosa, pero a pesar de su enfermedad les dijo que estaba más preocupada por Margot, cuyo estado parecía más grave».

Elie Wiesel, por su parte, describiendo con amargura el horror de su primera noche en el campo nazi (viendo cómo quemaban a niños judíos) se encerró y borró de su vida la posibilidad de ser feliz. Así sentencia su experiencia:
Nunca olvidaré esa noche, la primera noche en el campo, la cual convirtió mi vida en una larga noche [...] Nunca olvidaré estas llamas que consumieron para siempre mi fe. Nunca olvidaré ese silencio nocturno el cual me privó, para toda la eternidad, del deseo de vivir. Nunca olvidaré aquellos momentos en los cuales asesinaron a mi Dios y mi alma y convirtieron mis sueños en polvo.

¿Cómo es esto posible? Ambos vivieron, más o menos, las mismas circunstancias, pero el final es totalmente diverso. ¿Cómo viven su sufrimiento personas como Ana Frank, que les permiten salir de sí mismos y sonreír? ¿Son héroes? ¿Masoquistas? ¿Locos? ¿Tontos?

La respuesta no es fácil. Más aún, es imposible de responder. ¿Por qué? Porque muchos quieren entender el dolor y darle una explicación matemática; que cuadre dentro del engranaje de un mundo perfectamente organizado y controlado. No, nunca podrán. ¿Cómo comprender un misterio? Es un muro altísimo e infranqueable para cualquier razón humana. Por eso muchos existencialistas ateos chocan con la posibilidad de entender la existencia de Dios y el mal en el mundo.

El "porqué" del sufrimiento es inútil. Es el "para qué" lo que en realidad busca nuestro corazón.

Darle un sentido. Sí, sólo quien da sentido al dolor puede tener paz; incluso en la Cruz. Y es que, a fin de cuentas, sólo quien ama sabe sufrir. Y quien "sufre bien", es más humano y más semejante a Dios. Pues Dios es amor y el amor, si es auténtico, sufre también. En resumen, el dolor sólo se comprende en los ojos llorosos de un Dios que es capaz de asumir ese sufrimiento porque me ama y no quiere dejarme solo.
Los católicos celebramos la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores. Su figura, de Corazón traspasado, nos muestra que la Excelsa, la tan querida por el mismo Dios, también lloró; sobre todo al ver a su Hijo morir en el peor de los martirios posibles. Pues bien, esa Mujer, justamente por haber llorado, entiende mis penas y puede consolarme mejor.

Soy consciente de lo pobres que son estos comentarios y sé que no satisfacerán a todos. Después de todo, el sufrimiento es real (¡y duele!). Como me dijo un buen amigo, el "no se haga mi voluntad sino la Tuya" de Cristo no le eximió del profundo sufrimiento en la Cruz; no basta con aceptarlo y ya. Sí, estas líneas son unas paupérrimas reflexiones hechas a bote pronto, pero delante de Cristo Eucaristía. Pero eso sí: la certeza de saber que Dios llora conmigo es un consuelo enorme. Porque podemos gritar nuestro dolor a un cuarto vacío y encontrarnos sólo con un frío eco... o podemos llorar en el hombre de Alguien que, junto conmigo, derrama lágrimas de sufrimiento. No sé ustedes, pero yo prefiero acomodarme en el regazo de María y en los brazos amorosos de mi Dios Crucificado.

Autor: P. Juan Antonio Ruiz J. L.C.


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