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lunes, 27 de junio de 2016

Te amo más.


María era una niña alpina, nacida en las montañas. Sus ojos se acostumbraron a gozar los pastos verdes y frescos salpicados de flores coloridas y olorosas. Creció con la música en el alma de riachuelos y cascadas, del viento entre los árboles, del silencio en las cumbres nevadas, cuando podía subir alto por caminos abiertos por las cabras, en los días soleados de la primavera. Se casó con un niño alpino. Bueno, más bien con un joven llamado Juan que resultó, por cierto, trabajador y capaz. Tan capaz, que una vez casados pudieron pronto construirse su casita. Ella diseñó un entero jardín a base de geranios y crisantemos en el balcón de su alcoba que daba al valle. Juan barnizó las persianas de madera clara. Y cuando estaban abiertas las ventanas, escapaba al camino un aroma de hogazas de pan recién horneado, o de cabrito asado, o de un pay de mirtilo que María preparaba y era la debilidad de Juan, y de los niños que comenzaron a llegar.
El caso es que Juan, que por ser tan capaz trabajaba en una empresa internacional de hidroeléctrica, fue asignado a otro destino. Le pedían que se trasladara por algunos años –no le dijeron cuántos- a supervisar las obras de una gran presa que se construiría en Islandia. Con su familia, claro está.
La presa estaba localizada en una zona particularmente alta y fría. Digamos la verdad, helada. El paisaje, casi permanentemente, consistía en unas cuantas tonalidades de blanco sucio, el marrón oscuro de las cumbres peladas que rodeaban el embalse, y una variedad de grises que se contagiaban unos a otros entre las nubes que poblaban el cielo y el agua que poblaba la tierra. Cuando había sol. Porque en Islandia, hay que recordarlo, es de noche la mayor parte del día seis meses al año. Al menos esto es lo que le parecía a María el lugar al que había llegado. Islandia es un país bello. Es verano la otra mitad del año. Pero María al principio, como decimos en España, lo pasó fatal. Y si no cayó en depresión es porque los alpinos son gente fuerte y sana, así se tranquilizaba Juan cuando la veía llorar en los días más oscuros y congelados del invierno y no sabía qué hacer para animarla.
Pero la verdad es que María y Juan se querían cada día más. Que los meses y años en Islandia los habían unido de tal modo que se consideraban cada día más felices y agradecidos por haberse encontrado y elegido, por haber decidido dedicar su vida uno al otro para siempre.
Y el día en que María descubrió esto, el sol volvió a brillar en Islandia. No fuera. Dentro de su casa. Allá afuera podía ser de noche, pero Juan era una presencia tan luminosa en su vida… Allá afuera podía hacer frío pero había calor en su hogar. Su casa no tenía balcón, y de flores ni pensarlo, tampoco había mirtilo para hacerle a Juan su pastel, y el pan negro que les tocaba comer en aquellas tierras no era demasiado sabroso, pero su esposo y ella se alimentaban de miradas y de gestos, de palabras y caricias, de presencia, de confianza, de fidelidad de tal manera, que no cesaban de encontrar día a día el modo de hacerse felices mutuamente. El tocino suplía el cabrito, las galletas los pasteles, y sus niños eran mil veces más bellos que todas las flores de su valle natal. Su vida matrimonial se había fraguado al fuego de una estufa eléctrica y no del de una chimenea. Al final, qué más daba, si estaba Juan con ella.
Y entonces aquel día resultó que el embalse sereno frente a su casa, de aguas limpias y profundas, le pareció hermoso; y miró a las montañas que lo rodeaban y las reconoció como suyas. Algo había de entrañable, de familiar, de amado, en la semioscuridad. Habían pasado muchos años allá. Años que, no cabía duda, habían sido inicialmente duros y dolorosos, pero que, hoy lo reconocía conmovida, fueron sincera y plenamente felices; y de ellos el paisaje, los alrededores de casa, la vecindad un poco desolada, había sido testigo y protagonista. Esta era su casa. Estas eran sus montañas, este era su lago, su lugar. Juan llegó a casa aquella tarde y encontró a María cantando las baladas de su tierra, canciones montañeras de su infancia. Cuando muchos años después, ya ancianos y establecidos de nuevo en los Alpes, María y Juan evocaban los largos años de Islandia - y eso que no narraban aquel día inesperado en que los sorprendió, inolvidable, el espectáculo de la aurora boreal- , quienes los escuchaban deseaban planear en la isla algunas largas vacaciones.
El caso es que la historia de María podría cambiarse por la de una chica americana que se llamara Mary, se hubiera casado con un tal John en California y se hubieran mudado al desierto de Phoenix. Donde en lugar de geranios en las ventanas, el jardín podría contener algún cactus y poco más, y en lugar de hielo, alrededor de casa habría solamente arena y polvo. Y podría cambiarse por la del alma que un día se encontró con Dios y comenzó una historia con Él de amor y de amistad por los caminos de la oración. Y que tras unos primeros años de consuelos sensibles, comenzó a experimentar las arideces “desérticas” o “heladas” que la invitaban al verdadero encuentro, al más profundo amor, a la unión. 
No redacto más. Sigan ustedes…
Autor:  ANGELES CONDE
Título original: Cuando la oración resulta fría y oscura


jueves, 11 de junio de 2015

Oración al Corazón de Jesús.



ORACIÓN EXPIATORIA
AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Dulcísimo Jesús, cuya caridad derramada sobre los hombres se paga tan ingratamente con el olvido, el desdén y el desprecio, míranos aquí postrados ante tu altar. Queremos reparar con especiales manifestaciones de honor tan indigna frialdad y las injurias con las que en todas partes es herido por los hombres tu amoroso Corazón.

Recordando, sin embargo, que también nosotros nos hemos manchado tantas veces con el mal, y sintiendo ahora vivísimo dolor, imploramos ante todo tu misericordia para nosotros, dispuestos a reparar con voluntaria expiación no sólo los pecados que cometimos nosotros mismos, sino también los de aquellos que, perdidos y alejados del camino de la salud, rehúsan seguirte como pastor y guía, obstinándose en su infidelidad, y han sacudido el yugo suavísimo de tu ley, pisoteando las promesas del bautismo.

Al mismo tiempo que queremos expiar todo el cúmulo de tan deplorables crímenes, nos proponemos reparar cada uno de ellos en particular: la inmodestia y las torpezas de la vida y del vestido, las insidias que la corrupción tiende a las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las miserables injurias dirigidas contra ti y contra tus santos, los insultos lanzados contra tu Vicario y el orden sacerdotal, las negligencias y los horribles sacrilegios con que se profana el mismo Sacramento del amor divino y, en fin, las culpas públicas de las naciones que menosprecian los derechos y el magisterio de la Iglesia por ti fundada.

¡Ojalá que podamos nosotros lavar con nuestra sangre estos crímenes! Entre tanto, como reparación del honor divino conculcado, te presentamos, acompañándola con las expiaciones de tu Madre la Virgen, de todos los santos y de los fieles piadosos, aquella satisfacción que tú mismo ofreciste un día en la cruz al Padre, y que renuevas todos los días en los altares. Te prometemos con todo el corazón compensar en cuanto esté de nuestra parte, y con el auxilio de tu gracia, los pecados cometidos por nosotros y por los demás: la indiferencia a tan grande amor con la firmeza de la fe, la inocencia de la vida, la observancia perfecta de la ley evangélica, especialmente de la caridad, e impedir además con todas nuestras fuerzas las injurias contra ti, y atraer a cuantos podamos a tu seguimiento. Acepta, te rogamos, benignísimo Jesús, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María Reparadora, el voluntario ofrecimiento de expiación; y con el gran don de la perseverancia, consérvanos fidelísimos hasta la muerte en el culto y servicio a ti, para que lleguemos todos un día a la patria donde tú con el Padre y con el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Autor: SUMO PONTÍFICE PÍO XI 8 de mayo de 1928

FUENTE: CARTA ENCÍCLICA MISERENTISSIMUS REDEMPTOR  DEL SUMO PONTÍFICE PÍO XI SOBRE LA EXPIACIÓN QUE TODOS DEBEN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


sábado, 7 de marzo de 2015

¿Por qué te confundes?


¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?

Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.

Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con calma.
¡Jesús, yo confío en ti!

Evita las preocupaciones y angustias y los pensamientos sobre lo que pueda suceder después.
No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Abandónate confiada mente en mi. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente: Jesús, yo confió en tí.

Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera.

Cuando me dices; Jesús, yo confío en tí, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE AMO

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración sigue confiado, cierra los ojos del alma y confía.
Cierra los ojos del alma y confía.
Continúa diciéndome a toda hora
Jesús, yo confío en ti.


Oración atribuida al Padre San Pío de Pietrelcina.

martes, 24 de abril de 2012

Oración de Marthe Robin a la Virgen María.


Oh Madre Amadísima, Tú que conoces de manera tan perfecta los caminos de la Santidad y del Amor, enséñanos a elevar frecuentemente nuestro espíritu y nuestro corazón hacia la Trinidad, a fijar en Ella nuestra respetuosa y amorosa atención.

Y puesto que Tu caminas con nosotros por los senderos de la Vida Eterna, no permanezcas extraña con los débiles peregrinos que tu caridad desea tanto reunir; vuelve hacia nosotros tus miradas misericordiosas, atráenos a tus claridades, inúndanos en tus dulzuras, llévanos en la luz y en el Amor, llévanos siempre más lejos y más alto en los esplendores del Cielo.

Que nada pueda jamás turbar nuestra paz, ni apartarnos del pensamiento de Dios, sino que cada minuto nos lleve más adentro  en las profundidades del insondable Misterio, hasta el día en que nuestra alma plenamente abierta a las iluminaciones de la unión divina, lo vea todo en el eterno Amor y en la unidad. Amén.

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